Uno
de los asiduos a la Tercera de ABC de
los domingos es Fernando García de Cortázar, posiblemente, creo haberlo dicho
ya en este blog, el más pedagógico de nuestros historiadores contemporáneos. En
esta ocasión la dedica, oportunamente, a la declaración que al pasado día 23
aprobó el Parlamento de Cataluña a favor en última instancia de la independencia
de esa comunidad autónoma.
Cortázar
suele medir mucho las palabras, es pausado, por lo que se de él, poco dado a la
vehemencia, sin embargo y como buen
vasco, también es contundente y claro en sus razonamientos; la gravedad del
asunto sin duda lo requiere, y por ello no tiene reparos en hablar de la “temeraria
estulticia y la desvergonzada deslealtad” del nacionalismo catalán hacia
España, y de como para “la cultura nacionalista el pasado es sólo un arma de
destrucción intelectual masiva”, sirviéndose de la historia no “para explicar
lo que ocurrió sino para convertirla en metáfora de una identidad colectiva
invulnerable”.
Ciertamente
el nacionalismo usa asiduamente determinados aspectos del pasado,
convenientemente barnizados por una gruesa y descarada pátina legendaria, como arma a favor de sus principios
políticos previamente formulados, descontextualizándolos del proceso histórico
y ocultando aquello que no les interese; lo sabemos de sobra y no nos causa
sorpresa, sin embargo, y ante el desafío sin precedentes que desde ese sector
de Cataluña se está lanzando contra nuestra común convivencia, bien está que
desde el mundo intelectual se fijen posiciones claras que iluminen el debate.
No
se si ustedes habrán tenido ocasión de leer la mentada declaración, mi
particular impresión cuando lo hice era dudar si se trataba de un documento
serio digno de debate parlamentario, o de un simple panfleto que comienza con “una
farragosa exposición de hechos históricos, que solo revelan la enfermiza
inclinación del nacionalismo de confundir las churras de las instituciones
medievales con las merinas de los conceptos políticos democráticos”, en palabras
de Cortázar. Una exposición histórica que no es más que una “retahíla de
sucesos del pasado, enhebrada con singular torpeza y sublime ignorancia para
enlazarla con una lectura de la transición que nadie en sus cabales puede
tomarse en serio”.
Creo
que era el hispanista John H. Elliot, quien en pasado año se refería escandalizado,
a una pregunta que un estudiante universitario de primer curso de Historia le
hacía después de una conferencia dada en Barcelona, refiriéndose la Guerra
Civil como una confrontación entre España y Cataluña, ¡cuánto daño ha hecho
dejar la educación un manos de los nacionalistas durante los últimos treinta
años! Era el propio Elliot quien a una pregunta sobre las relaciones entre
España y Cataluña, y refiriéndose al historiador catalán Vicens Vives, decía
que éste “se pasó toda la vida intentando desmitificar la Historia de Cataluña,
evitando esa postura de agravio que ha dominado tanto en la historiografía
romántica catalana. Me preocupa que se pierdan esos intentos que Vicens hizo, y
en parte yo también, para evitar ese reduccionismo. Si los jóvenes no son
capaces de aprender esa lección que les hemos intentado ofrecer… Vicens quería
revitalizar y modernizar la sociedad catalana y hacerla apropiada para la época
del postfranquismo. Pensaba que estaba teniendo éxito. Ahora me preocupa que
una generación esté aprendiendo una Historia deformada que no conecta la
Historia de Cataluña con la de otras partes de España. Es una deformación de la
realidad”; se trata de una cita larga, pero creo que merece la pena leerla.
La
actual actitud radical que esgrimen los nacionalistas catalanes hubiese sido
impensable en los años ochenta, ha hecho falta para llegar a ella el oportuno
proceso de adoctrinamiento educativo. Bien está que conozcamos el terreno en
que nos movemos para poder comprender en su justa medida de que estamos
hablando.