Uno de los debates que a buen seguro se reavivará a lo largo
del año será entre aquellos que defienden que se siga con una política de
austeridad a ultranza en las
administraciones públicas y los que por el contrario, piden medidas de
crecimiento por parte de esas mismas administraciones. Ser austero en principio
significa reducir gastos; y aplicar políticas de crecimiento, aumentar esos
mismos gastos para que el dinero circule y la economía crezca, a costa claro
está, del presupuesto. La disyuntiva para el gobierno es clara… y difícil, ¿qué
hará?
Desde mi punto de vista ser austero no tiene porqué
significar que no se apliquen políticas de crecimiento. Reducir el déficit es
una prioridad urgente para España, tanto por el apremio de la Comisión Europea,
un club del que formamos parte para lo bueno y para lo malo, como es tener que
cumplir sus normas, como por los llamados mercados, es decir, aquellos que nos
dejan dinero porque nosotros lo necesitamos y lo pedimos, y que si no tienen
plena confianza con que lo devolvamos en los plazos establecidos, nos cobran un
interés más elevado del normal, entrando en una peligrosa escalada de aumento
del gasto financiero.
Ya hemos visto el exagerado déficit público de 2011, queda
por ver como cerramos definitivamente 2012, lo que es evidente es que durante
los últimos doce meses, y creo que seguiremos así durante algunos más, la
urgencia por su reducción ha hecho que se haya entrado a trapo en todas las
partidas del presupuesto, lo que inevitablemente crea injusticias muchas veces
difíciles de entender; en la medida en que se controle, es de suponer que se
empezará a ser más selectivo y ese magma que conocemos como gasto podrá empezar
a clasificarse y finalmente llegar a entender que ser austero significa
eliminar ineficiencias, derroches inútiles, que la administración no suponga
una carga insoportable para el sector productivo, pero que por el contrario, las
partidas inversoras deben incrementarse, pero en inversiones que no resulten
inútiles sino productivas económica y socialmente. Las infraestructuras que
faciliten esa producción, la investigación, la educación y la sanidad, que no
tienen porqué no ser a la vez motores de creación de riqueza y empleo, son
evidentes partidas a incrementar.
Estar en contra de la austeridad por principio, como parece
el caso de los sindicatos y algunos partidos políticos como hemos podido
escuchar hoy mismo es, desde mi punto de vista, no haber entendido una de las
grandes lecciones de esta crisis: no se puede gastar indefinidamente más de lo
que se tiene, por muy “justo” que nos parezca ese gasto, porque si no, antes o después,
llega el colapso. La austeridad no solo es deseable, es exigible por parte de
quienes tienen la responsabilidad de administrar el dinero de todos, ¿en serio
que puede haber alguien que lo dude?
En cuanto a las políticas de crecimiento cuidado, se puede
hacer mucho antes que eso, sobre todo mientras no haya dinero disponible;
primero reformar las administraciones, reducir su tamaño para que sean
soportables, establecer una legislación estable y fácil de entender y de
cumplir, de forma que crear una empresa o conseguir un permiso no sea el primer
motivo de quiebra. Y ojo con las
subvenciones como motores de expansión, ¿no nos hemos escandalizado lo
suficiente durante estos años con los parásitos que han vivido a costa de
ellas, o lo que es lo mismo, a costa del contribuyente?
Será difícil establecer políticas de crecimiento a gran
escala sin la ayuda de Europa, pero con todo las prioridades deberían ser, en
la mayor medida posible, los pequeños emprendedores, principalmente a través
del autoempleo, las pymes y las empresas exportadoras. Los lujos, los caprichos
y el despilfarro, para más tarde, o mejor, para nunca más.