miércoles, 9 de enero de 2013

Austeridad versus crecimiento


Uno de los debates que a buen seguro se reavivará a lo largo del año será entre aquellos que defienden que se siga con una política de austeridad a ultranza  en las administraciones públicas y los que por el contrario, piden medidas de crecimiento por parte de esas mismas administraciones. Ser austero en principio significa reducir gastos; y aplicar políticas de crecimiento, aumentar esos mismos gastos para que el dinero circule y la economía crezca, a costa claro está, del presupuesto. La disyuntiva para el gobierno es clara… y difícil, ¿qué hará?

Desde mi punto de vista ser austero no tiene porqué significar que no se apliquen políticas de crecimiento. Reducir el déficit es una prioridad urgente para España, tanto por el apremio de la Comisión Europea, un club del que formamos parte para lo bueno y para lo malo, como es tener que cumplir sus normas, como por los llamados mercados, es decir, aquellos que nos dejan dinero porque nosotros lo necesitamos y lo pedimos, y que si no tienen plena confianza con que lo devolvamos en los plazos establecidos, nos cobran un interés más elevado del normal, entrando en una peligrosa escalada de aumento del gasto financiero.    

Ya hemos visto el exagerado déficit público de 2011, queda por ver como cerramos definitivamente 2012, lo que es evidente es que durante los últimos doce meses, y creo que seguiremos así durante algunos más, la urgencia por su reducción ha hecho que se haya entrado a trapo en todas las partidas del presupuesto, lo que inevitablemente crea injusticias muchas veces difíciles de entender; en la medida en que se controle, es de suponer que se empezará a ser más selectivo y ese magma que conocemos como gasto podrá empezar a clasificarse y finalmente llegar a entender que ser austero significa eliminar ineficiencias, derroches inútiles, que la administración no suponga una carga insoportable para el sector productivo, pero que por el contrario, las partidas inversoras deben incrementarse, pero en inversiones que no resulten inútiles sino productivas económica y socialmente. Las infraestructuras que faciliten esa producción, la investigación, la educación y la sanidad, que no tienen porqué no ser a la vez motores de creación de riqueza y empleo, son evidentes partidas a incrementar.

Estar en contra de la austeridad por principio, como parece el caso de los sindicatos y algunos partidos políticos como hemos podido escuchar hoy mismo es, desde mi punto de vista, no haber entendido una de las grandes lecciones de esta crisis: no se puede gastar indefinidamente más de lo que se tiene, por muy “justo” que nos parezca ese gasto, porque si no, antes o después, llega el colapso. La austeridad no solo es deseable, es exigible por parte de quienes tienen la responsabilidad de administrar el dinero de todos, ¿en serio que puede haber alguien que lo dude?

En cuanto a las políticas de crecimiento cuidado, se puede hacer mucho antes que eso, sobre todo mientras no haya dinero disponible; primero reformar las administraciones, reducir su tamaño para que sean soportables, establecer una legislación estable y fácil de entender y de cumplir, de forma que crear una empresa o conseguir un permiso no sea el primer motivo de quiebra.  Y ojo con las subvenciones como motores de expansión, ¿no nos hemos escandalizado lo suficiente durante estos años con los parásitos que han vivido a costa de ellas, o lo que es lo mismo, a costa del contribuyente?

Será difícil establecer políticas de crecimiento a gran escala sin la ayuda de Europa, pero con todo las prioridades deberían ser, en la mayor medida posible, los pequeños emprendedores, principalmente a través del autoempleo, las pymes y las empresas exportadoras. Los lujos, los caprichos y el despilfarro, para más tarde, o mejor, para nunca más.