domingo, 20 de enero de 2013

El insoportable hedor de la corrupción



¿A que huele la corrupción?, físicamente a nada desde luego, a no ser que billetes manoseados por dedos sudorosos aventen el profundo hedor de la codicia. Sin embargo moralmente la corrupción asfixia, ahoga, mata cuanto de vida sana hay a su alrededor.

Hace muchos años que de tanto repetirse casi no han sido noticia los casos de corrupción de políticos, financieros, funcionarios que vendían una licencia o simples ciudadanos ávidos en la extorsión y el fraude. Lo que vemos estas semanas en los telediarios: caso Bárcenas, el Gurtel, los oscuros negocios de los Pujol, los Eres falsos de Andalucía, etc., en realidad no es tan distinto a aquello de Roldán, Filesa, el 3% de CIU o el hermano de Alfonso Guerra; la única diferencia como mucho es que el vaso está llegando al límite de su capacidad, pero también que las circunstancias son otras, porque ahora, la profunda crisis con que cada día nos despertamos, hace que cada nuevo corrupto que aparece sea un puñetazo a la cara de quienes con mucho esfuerzo, intentan mirar al futuro con una dignidad que para él quisiera el más importante de la calaña.  

Comparto la idea de que la mayoría de los políticos no son corruptos, pero también de que quienes lo son no merecen ninguna compasión, porque entre otras cosas tienen la obligación de la ejemplaridad, y que la justicia debía ser más diligente en su rápido procesamiento y castigo. Por circunstancias personales que a nadie le extrañarán, no me cuesta ponerme en la piel de los miles de militantes y simpatizantes de los partidos políticos que trabajan por su organización, con el propósito final de hacer algo bueno por su pueblo, por su barrio, por su región o por su país, y que sufren tremendamente cada vez que alguien de su mismo color, aparece como cuatrero que roba no solamente el dinero público, sino también la ilusión de todos ellos. Es preciso que los partidos sean más transparentes, las listas electorales abiertas para que cada candidato dependa menos de su supuesto mentor y más de los votantes, y que la política sea un instrumento de generosidad y no una profesión para aquellos que fuera de ella simplemente no son capaces de ser nada. 

Ojalá la mediocridad llegue a ser en algún momento la excepción en nuestras vidas.