¿A que huele la corrupción?, físicamente a nada desde luego,
a no ser que billetes manoseados por dedos sudorosos aventen el profundo hedor
de la codicia. Sin embargo moralmente la corrupción asfixia, ahoga, mata cuanto
de vida sana hay a su alrededor.
Hace muchos años que de tanto repetirse casi no han sido
noticia los casos de corrupción de políticos, financieros, funcionarios que
vendían una licencia o simples ciudadanos ávidos en la extorsión y el fraude.
Lo que vemos estas semanas en los telediarios: caso Bárcenas, el Gurtel, los oscuros
negocios de los Pujol, los Eres falsos de Andalucía, etc., en realidad no es
tan distinto a aquello de Roldán, Filesa, el 3% de CIU o el hermano de Alfonso
Guerra; la única diferencia como mucho es que el vaso está llegando al límite
de su capacidad, pero también que las circunstancias son otras, porque ahora, la
profunda crisis con que cada día nos despertamos, hace que cada nuevo corrupto
que aparece sea un puñetazo a la cara de quienes con mucho esfuerzo, intentan
mirar al futuro con una dignidad que para él quisiera el más importante de la
calaña.
Comparto la idea de que la mayoría de los políticos no son
corruptos, pero también de que quienes lo son no merecen ninguna compasión, porque entre otras cosas tienen la obligación de la ejemplaridad, y que la
justicia debía ser más diligente en su rápido procesamiento y castigo. Por
circunstancias personales que a nadie le extrañarán, no me cuesta ponerme en la
piel de los miles de militantes y simpatizantes de los partidos políticos que
trabajan por su organización, con el propósito final de hacer algo bueno por su
pueblo, por su barrio, por su región o por su país, y que sufren tremendamente
cada vez que alguien de su mismo color, aparece como cuatrero que roba no
solamente el dinero público, sino también la ilusión de todos ellos. Es preciso
que los partidos sean más transparentes, las listas electorales abiertas para
que cada candidato dependa menos de su supuesto mentor y más de los votantes, y
que la política sea un instrumento de generosidad y no una profesión para
aquellos que fuera de ella simplemente no son capaces de ser nada.
Ojalá la
mediocridad llegue a ser en algún momento la excepción en nuestras vidas.