domingo, 12 de mayo de 2013

La hora de los sensatos


Hay momentos en la vida a los que la perspectiva del tiempo ofrece la cualificación de la singularidad. Momentos que saltan inesperadamente en el tranquilo devenir de los días para convertirse en claves de lo que sucederá en las siguientes décadas. Momentos cortos pero intensos, en los que un pueblo camina por el mismo vértice del precipicio quizás sin plena conciencia del peligro, pero de cuyos pasos dependerá un futuro colectivo armónico o trágico.

Muestras de ellos las encontramos en casi todas las épocas y en todas las naciones. Próximos a nosotros en el pasado siglo, dos evidentes: el final de la II República y la guerra civil, una anormalidad histórica fruto de una “ingente frivolidad” en opinión de Julián Marías; y la transición a la democracia, “la reconquista de la libertad” para el mismo autor.

El ánimo, la disposición, el talante que adoptaron los responsables políticos y sociales en cada uno de estos momentos fue decisivo en el resultado final alcanzado, porque son ellos quienes al final catalizan los movimientos de masas. En el primer caso demasiados dirigentes vieron en el sistema de libertades republicano el instrumento adecuado para imponer a los demás su propia idea, su particular concepción del mundo. En el segundo, la mayoría prefirió renunciar a gran parte de sus objetivos con el fin de lograr un “consenso” en pos de una sociedad en la que todos cupiésemos y nos encontráramos cómodos.

Vivimos en la actualidad circunstancias tremendamente difíciles, inimaginables hace solamente tres o cuatro años. Una crisis económica sin parangón a las vividas anteriormente por las actuales generaciones está reduciendo drásticamente el bienestar de la mayoría, dejando al descubierto además algunos viejos demonios colectivos con los que no contábamos: corrupción, despilfarro, pereza y codicia por parte de responsables sociales pero también de amplias capas ciudadanas, etc. Además, y por si faltaba algo, ávidos ante un Estado débil y con problemas, los nacionalismos vasco y sobre todo catalán, intentan aprovechar el momento para, ni más ni menos, romper en pedazos el marco político que desde hace más de cinco siglos nos une a los españoles, en un ejercicio de deslealtad institucional pero también ciudadana que sin duda tardaremos mucho en olvidar.

Ante ello cabe preguntarse, ¿en qué quedará todo esto dentro de diez años?, o mejor, ¿cuál es la posición, el camino óptimo que deberíamos seguir? De las experiencias anteriormente referidas sabemos que contar con dirigentes que sean auténticos ejemplos de comportamiento, capaces de trasladarnos a todos la necesidad de esforzarnos porque el futuro vale la pena; que a pesar de nuestras diferencias ideológicas, todos hemos de convivir en un clima de respeto y libertad; que las penurias actuales, lejos de servir de ariete de unos contra otros, deben ser lecciones para no caer en el futuro en errores que ahora nos parecen de bulto, pero que hasta hace bien poco a casi nadie quitaban el sueño. Necesitamos urgentemente de esos modelos, queremos ver que desde la izquierda y la derecha se alcanzan acuerdos más allá de engañosos intereses partidistas, que la Nación tiene conciencia de sí misma y no está dispuesta a que nadie nos complique aún más la vida con lo que no son sino intereses de unas pequeñas élites dirigentes, habitualmente ayudadas por acólitos siempre dispuestos a romperlo todo; que lo común, lo de todos, está por encima de lo particular, pero también que nadie debe invocar ese interés general para ocultar lo que no han sido más que privilegios de unas nuevas “clases muertas”, subvencionadas, cómodas en el chupeteo contante de las ubres públicas a costa del esfuerzo de la mayoría. Necesitamos en fin, de hombres y mujeres prudentes y a la vez ilusionados, que sean además capaces de enfrentarnos a  los españoles, uno a uno, a nuestra propia responsabilidad individual en la tarea común que a todos nos concierne.

Pasados unos pocos años sabremos si por la acción de quienes nos dirigen, pero también por la de todos y cada uno de nosotros, hemos conseguido llegar a un estado armónico, ni más ni menos que el apropiado según nuestras posibilidades, pero libre y democrático que todos podamos considerar como propio, o si por el contrario nuestra falta de memoria histórica, nuestra ira y la secular manía de culpar a los demás de todos los males, la creencia de que solo tienen razón quienes piensan como nosotros, nos ha conducido a un insoportable estado de desorden social, a la falta de libertad, a la tragedia.

Sin lugar a dudas estamos inmersos en uno de esos momentos históricamente trascendentales,… y es la hora de los sensatos.