Javier Cercas camina junto a su hijo Raül entre las tumbas del cementerio del campo de concentración de Flossenbürg, camino de la Appellplatz, el espacio central donde se numeraba a los prisioneros dos veces al día, y donde se les torturaba y tenían lugar las ejecuciones. Habían acudido para comprobar la última de la grandes mentiras de Enric Marco, el falso deportado y el falso prisionero que durante años había dirigido la Amical de Mauthausen, la más importante asociación española de ex-cautivos en los campo de concentración nazis. No puede evitar poner voz a una idea que hace tiempo le ronda por la cabeza:
"- A veces no me puedo creer la suerte que tengo -proseguí, tras una pausa-. Mi padre y mi madre conocieron una guerra. Y mi abuelo y mi abuela. Y mi bisabuelo y mi bisabuela. Y así sucesivamente. Pero yo no. Siempre se dice que el deporte europeo por excelencia es el fútbol, pero es mentira: el deporte europeo por excelencia es la guerra. Durante mil años, en Europa, no hemos hecho más que matarnos. Y voy y yo soy el primero, la primera generación de europeos que no conoce una guerra. No me lo puedo creer. Hay quien dice que eso ya se acabó, pero yo no me lo creo... Ya ves este sitio, personas como tú y como yo murieron aquí a millares, igual que perros, de la forma más asquerosa y más indigna posible. ¡Que horror!"
Javier Cercas. El impostor