En mi pueblo (Beneixama-Alicante), se está produciendo en estos momentos un vivo debate acerca de la pretensión del Ayuntamiento de derribar una Cruz sita en una céntrica Glorieta. Aunque puede parecer un tema local creo que no lo es. Esta es mi opinión al respeto manifestada en forma de alegaciones al proyecto dirigidas a la Sra. alcaldesa:
Primera.- Alegación desde un punto de vista económico.
El Ayuntamiento es el encargado y responsable de la administración de los recursos económicos que los ciudadanos ponemos a su disposición para la prestación de los servicios municipales. La actual crisis económica que vive el país es en buena parte una crisis de deuda pública, lo que debe obligar a todas las administraciones a disminuir en lo posible sus gastos y por lo tanto el nivel de endeudamiento. Desde este punto de vista, los ingresos ordinarios del Presupuesto deben cubrir al menos los gastos ordinarios, máxime en unos momentos en que las transferencias recibidas por parte de otras administraciones superiores inexorablemente van a disminuir de manera sensible.
El presupuesto de los dos proyectos citados asciende a 333.978,22 euros; si de ahí descontamos los 40.000,00 financiados por el Plan E, su montante total sería de 293.978,22 euros. Hasta ahora, siempre que se han realizado proyectos de esta envergadura en Beneixama, se ha esperado a contar con ayudas bien de Diputación, bien de la Generalitat, de manera que la parte a pagar por el Ayuntamiento ha sido mínima. En este caso, parece ser que todo será financiado con cargo a un endeudamiento que comenzará a amortizarse dentro de dos años, e íntegramente a cargo de los vecinos.
Si partimos de los Indicadores Financieros y Patrimoniales del propio Ayuntamiento a 31 de diciembre de 2009, el endeudamiento acumulado de todos los años anteriores por habitante era de 174,56 euros; pues bien, el endeudamiento que provocarán solo estos proyectos será (considerando 1811 habitantes) de 162,33 euros, casi tanto como el acumulado. Si consideramos todo el préstamo que tiene en proyecto realizar el Ayuntamiento por importe de 700.000,00 euros, el endeudamiento por habitante se incrementaría en 386,53 euros, a sumar al acumulado, llegando a un total de 536,64 euros por habitante, tres veces superior al acumulado desde 1999.
Por otra parte, según el Informe Económico Financiero del Ayuntamiento de fecha 18 de marzo de 2010, los Ingresos Ordinarios (capítulos 1 a 5) ascenderían a 1.381.822,66 euros, en tanto de los Gastos Ordinarios lo harían en 1.304.018,18 euros y la devolución de préstamos en 44.262,90; es decir, el margen entre ingresos y gastos ordinarios y comprometidos sería solo de 33.541,58 euros. Según mis cálculos, suponiendo que se ha efectuado un préstamo a 17 años con 15 de amortización, y con un tipo de interés medio (dependería del euribor anual) del 4%, considerando solo los dos proyectos referidos, las cuotas anuales ascenderían a 26.094,24 (liquidaciones mensuales). Si por el contrario tenemos en cuenta todo el préstamo de 700.000,00 euros, esas cuotas serían de 62.133,84 euros.
Estas cifras indican que cualquier repunte en los gastos, como el que probablemente ya se habrá producido en 2010, o cualquier inversión que fuese necesario acometer en los próximos quince años, ocasionarían nuevos endeudamientos con el peligro añadido de pagar deuda con más deuda, o aumentos significativos de los impuestos municipales, al estar el margen ordinario prácticamente absorbido e incluso ampliamente superado, como puede observarse en el segundo de los cálculos, lo cual ocasionaría para todos los vecinos, pero fundamentalmente para los de menor capacidad económica, un fuerte quebranto patrimonial sobrevenido por causas ajenas a su voluntad.
Segunda.- Alegación desde el punto de vista histórico.
La historia es un proceso acumulativo a lo largo del cual se suceden acontecimientos que a su vez se explican a partir de sus inmediatos precedentes. Empeñarnos en ocultar una parte de esos acontecimientos así como sus manifestaciones arquitectónicas, documentales, etc., no solo no cambia esa historia, sino que ponen de manifiesto la cortedad de miras de aquellos que ocasionaron ese ocultamiento, además de dificultar el posterior estudio de todo ese devenir histórico.
En el proyecto de rehabilitación de la Glorieta se contempla la intención de derribar la Cruz existente en frente mismo de la puerta de la ermita de la Divina Aurora. Esa Cruz fue levantada básicamente en memoria de quienes perdieron la vida de forma trágica por unos valores que representaba uno solo de los bandos contendientes en la guerra civil, aquel que resultó victorioso. Vistos los hechos con la perspectiva del tiempo transcurrido, no podemos sino lamentar que solamente uno de esos bandos se viese reconocido en el monumento, porque todos los muertos, cayesen donde cayesen y defendieran lo que defendieran, se movían por unos ideales que ellos creían justos, y que a nosotros, compartamos o no cada uno de esos ideales, no puede sino provocarnos el mayor de los respetos. No fue justo que en la posguerra se reconocieran los méritos solo de unos, pero tampoco lo sería que en un estado democrático como en el que afortunadamente vivimos, cayésemos en el mismo error cambiando simplemente la titularidad de ese reconocimiento. Podemos honrar a quienes injustamente quedaron olvidados antes, pero no por ello es necesario deshonrar a aquellos que por haber perdido la vida, no tuvieron ninguna responsabilidad en la equivocación del homenaje.
La injusticia cometida en los años cuarenta se intentó enmendar de la mejor forma posible durante la transición democrática; entonces, los representantes del pueblo en el Ayuntamiento, a propuesta precisamente del Partido Socialista Obrero Español y del Partido Comunista de España, por moción presentada al Pleno de fecha 26 de octubre de 1979, decidieron eliminar la inscripción existente en la Cruz, sustituyéndola por otra con el texto “Caídos por España y en defensa de sus ideales. 1936-1939”, que a su vez desapareció deteriorada por el paso del tiempo. En cualquier caso, y haciendo gala de una generosidad que a la postre resultó imprescindible para que la democracia se consolidase, todos decidieron mirar hacia el futuro, no reabriendo heridas que en ese momento se dieron por cerradas. Derribar ahora la Cruz es tanto como decir que quienes tomaron aquellas decisiones estaban equivocados, que su altura de miras era errónea, y que el camino correcto hubiera sido el de la venganza y el resentimiento, y no el de la colaboración y el consenso por el que ellos optaron. Permítame que cite aquí unas líneas del discurso que ha pronunciado Mario Vargas Llosa con motivo del Premio Nobel que tan merecidamente ha recibido: “la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo a favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico”; no encuentro palabras que puedan expresar mejor cuanto quiero decir en este punto.
No cabe tampoco en mi opinión, alegar que la Cruz debe derribarse simplemente porque se construyó “en tiempos de Franco”; ese argumento nos llevaría a eliminar, en cada época, todos los testimonios históricos que no agradasen a quienes gobiernan en periodos posteriores, lo que provocaría una pérdida testimonial y de patrimonio escandalosa, situación que por desgracia ha ocurrido en demasiadas ocasiones en nuestro país, como por ejemplo en la misma Guerra Civil, en que tantas veces se confundió la defensa de las ideas con el destrozo de archivos históricos, obras de arte o colecciones bibliográficas, en cualquier caso, patrimonio cultural irremediablemente perdido para las siguientes generaciones.
La Cruz de la que estamos hablando puede ser en sí misma un testigo fiel del paso del tiempo: primero como protagonista de un incompleto reconocimiento a favor de quienes murieron trágicamente en la guerra, y después como un signo de reconciliación y perdón por parte de todos, y en el que todos puedan verse convenientemente honrados a través si se quiere de una nueva inscripción consensuada por todos y que a todos represente. Sería en mi modesta opinión, una inequívoca expresión de magnanimidad de la democracia conseguida, actuar en sentido contrario, solo podría entenderse como un acto revanchista, impropio de la sociedad madura y respetuosa a la que aspiramos.
Tercera.- Alegación desde el punto de vista religioso y cultural.
Independientemente de los anteriores razonamientos, una Cruz es una Cruz, sea cual sea la época en que se construyó, y fuesen cuales fuesen las manos que la erigieron. Para cualquier creyente, la Cruz representa la expresión máxima de su fe, por encima de cualquier otra consideración, por lo que es difícil que algún católico se sienta a gusto viendo como se derriba este importante símbolo religioso ante sus propios ojos. A nadie se le obliga a profesar una determinada fe, pero la sociedad en su conjunto y en su nombre los poderes públicos, tienen el deber constitucional de garantizar “la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley” (art. 16.1 de la Constitución Española). La existencia de una Cruz, incluso en un lugar público, en una manifestación de esa libertad religiosa a la que los individuos y las comunidades tenemos derecho, y no existiendo motivos de causa mayor que afecten al orden público señalado, debe ser respetada y defendida por quienes tienen la responsabilidad del gobierno, en este caso municipal.
Pero en nuestra sociedad la Cruz no solo es un símbolo religioso, también lo es cultural. Lo queramos o no, ningún ámbito de nuestra cultura, sea éste el arquitectónico, literario, musical, pictórico, etc., ha quedado fuera de la influencia religiosa. Lo que conocemos como sociedad occidental en la que nosotros nos encontramos, se ha ido enriqueciendo a lo largo de veinte siglos con las aportaciones que han hecho miles de personas, movidas en su afán creativo por las inquietudes cristianas que les inspiraban. En nuestro pueblo estas manifestaciones son, si se quiere sencillas, pero importantísimas en nuestra conciencia colectiva; así, sendas cruces conocidas como de término, señalan las entradas de la población, contando ambas con la correspondiente protección cultural, pero además las procesiones por ejemplo, no son sino una manifestación religiosa más realizada en el espacio público, en donde cruces e imágenes sagradas adquieren todo el protagonismo. También son manifestaciones religiosas el belén que dentro de unos días colocaremos en la Plaza del Ayuntamiento, o los cantos a la Aurora que llenan nuestras calles de música la Noche de San Juan, y un largo etcétera que podríamos aquí enumerar. Pues bien, como ya se ha dicho, la Cruz de la Glorieta al final no es más que una de estas manifestaciones, y para un cristiano cualquiera otra consideración no puede ser entendida sino como una anécdota al lado de la importancia simbólica del monumento. En cualquier caso, eliminar o limitar las manifestaciones religiosas, sean éstas materiales o inmateriales, supone para la colectividad en general, sea creyente o no, un lastimoso empobrecimiento cultural.
Siempre he pensado que el primer gran objetivo de los gobernantes debe ser el de procurar el entendimiento y la correcta armonía social entre los ciudadanos. Quienes dirigen un organismo público como es nuestro Ayuntamiento, deben gobernar para todos, más allá de su propia ideología, evitando situaciones que supongan el agravio para una parte de esos ciudadanos; todos merecemos el respeto de nuestros representantes, por lo que cuanto más espinoso es un asunto, mayor debe ser el ánimo de consenso. Es evidente que el posible derribo de la Cruz de la Glorieta desagrada, fundamentalmente por motivos religiosos, a una parte importante del pueblo, por eso es tan importante que Vd., como máxima representante de nuestra primera institución pública, intente por todos los medios buscar soluciones que no resulten ofensivas para nadie, o al menos para la mayoría. Estoy convencido de que con su buen criterio pondrá todos sus esfuerzos en ello, pero si aún así no pudiera conseguir esta armonización de pareceres, y teniendo en cuenta que ningún partido político llevaba en su programa electoral la eliminación de la Cruz, y que además faltan menos de seis meses para las próximas elecciones municipales, lo más prudente sería dejar el proyecto sobre la mesa, de forma que sean los electores quienes al final refrenden con el suficiente conocimiento de causa, una u otra opción.