En los últimos días se han sucedido una serie de buenas
noticias sobre la marcha de la economía española: la cifra de las exportaciones
está en máximos históricos y la balanza de pagos casi equilibrada, aunque aquí
juega mucho la disminución de las importaciones por la atonía de la demanda
interna; el turismo bate récords; el dinero empieza a entrar en España, aunque
aún no para proyectos industriales de importancia que supongan generación de
empleo; la prima de riesgo cerró ayer a 235,50 puntos, mejorando su diferencial
con la italiana y reduciendo los costes financieros de la deuda; y el americano
Morgan Stanley emite un informe animando a la inversión en nuestro país con el
elocuente título de ¡Viva España!; entre otras.
Pero también está la otra cara de la moneda: el déficit de
las administraciones públicas sigue aumentando hasta situarse en julio en el 5´27
% del PIB frente al 6´5 anual previsto, lo que indica que la reforma de todas
ellas, con la consiguiente disminución de gastos, no se está haciendo en toda
su dimensión; la deuda pública total se acerca al 93 % del PIB, aumentando en
el caso del Estado y las Comunidades Autónomas y disminuyendo solo en los Ayuntamientos,
precisamente las entidades más dependientes; la tasa de morosidad bancaria
sigue aumentando; el crédito no fluye y por lo tanto las empresas tienen
extremas dificultades para financiarse, y sobre todo, el paro no se reduce si
eliminamos el factor estacional del verano, o al menos no lo hace en las tasas
deseables.
Efectivamente, hay una cara y una cruz, pero algo ha
cambiado para bien: ya nadie habla de la intervención de la economía española
como sucedía hace poco más de un año, ¡a cuantos agoreros se les han olvidado
sus predicciones! (y es que al parecer hay mucho economista con frustrada vocación
de ministro). En cualquier caso las cifras macroeconómicas son mejores cada mes
que pasa, aunque nadie duda que esta mejoría tardara en trasladarse a las familias
y las pequeñas empresas; aun queda mucho sacrificio por delante.
Pero también hay factores preocupantes que no deberíamos
descuidar. La Administración está sobredimensionada y las reformas deben
hacerse ahora o nunca, si la situación mejora levemente y estas siguen en
cartera, es muy posible que a nuestros políticos se les olviden, porque ahí
entran en juego sus propios intereses particulares, y esto sería malo porque
seguiríamos con una administración excesiva, ineficiente y costosa, que continuaría
absorbiendo unos recursos que hacen mucha falta para la economía productiva.
La prima de riesgo ha mejorado respecto a la italiana porque
allí la inestabilidad política es mucho mayor que la nuestra, pero la deriva
que está tomando el asunto catalán no hace esperar nada bueno; sus dirigentes
siguen empeñados en dar al proceso independentista que han impulsado un tono de
normalidad, como si no tuviese consecuencias más que positivas, como si, a modo
de bálsamo de Fierabrás la independencia supusiese la solución automática de
todos los males de aquella región, y lo peor de todo es que a fuerza de
repetirlo, la mayoría de los catalanes parecen haberlo aceptado sin más. La solución
al conflicto necesariamente será traumática, a no ser que se dé un repentino
cambio de actitud de los políticos y esto, conforme avanza el tiempo, cada vez
se hace más difícil.
La justicia es lenta en la investigación de los numerosos
casos de corrupción que nos asolan, y es urgente que con su actuación los
partidos políticos se “limpien” de personajes indeseables y asuman su
obligación ejemplarizadora, porque a estas alturas de la película vemos que, a
no se forzados por el frente judicial, la voluntad de regeneración interna de
unos y otros es más bien escasa.
Muchas cosas nos quedan a ver en los próximos meses, por
ejemplo a partir de que tasa de crecimiento del PIB somos capaces de crear
empleo, hasta ahora lo hacíamos tímidamente superado el 2% y con fuerza desde
el 3%, si conseguimos hacerlo con menor crecimiento será señal de que el
aumento de productividad es sólido y de que las bases estructurales de nuestra
economía están cambiando, pero será para ello preciso aumentar la formación de
los trabajadores, lo que es difícil con una disminución de los presupuestos.
Habrá que echarle imaginación a la cosa.
Siempre se ha dicho que la economía son expectativas, si
estas son buenas la cosa va mejor, aunque no sepamos muy bien porque, pero es
así. Las últimas encuestas en este sentido y los informes de las cadenas de
venta minorista también muestran señales positivas. Esperemos que todo se
confirme y que una vez superada la crisis, hayamos sido capaces todos,
políticos, empresarios, trabajadores y familias, de no olvidar las lecciones
recibidas.