domingo, 16 de diciembre de 2018

Breves respuestas a las grandes preguntas, de Stephen Hawking

Si buscásemos una clave que explicase la evolución humana, la llave, el resorte que la ha hecho posible, quizás la encontrásemos simplemente en seis letras acompañadas de los signos interrogativos: ¿por qué?

El hombre es curioso por naturaleza, y acaso sea esa característica precisamente la que lo hace humano, lo que le distingue de cualquier otra especie viva, que sepamos a día de hoy. ¿Por qué sale el sol cada día y porque las tinieblas?, ¿por qué los arboles crecen y por qué mis padres se mueren?, ¿por qué…? Desde el principio de los tiempos los hombres han buscado respuestas a las infinitas preguntas que el entorno les planteaba, y con ellas han ido cambiando sus ideas, mejorado sus condiciones de vida, adaptado sus creencias, ampliado su horizonte de conocimiento, y en ello seguimos afortunadamente. 

Siendo esto así, no extraña que un científico tan importante e influyente como Stephen Hawking haya utilizado el formato de preguntas y respuestas en su libro póstumo para explicar los que han sido sus descubrimientos y muchos de los principales paradigmas científicos actuales. 

Breves respuestas a las grandes preguntas es un texto de divulgación científica, y si bien es cierto que algunos de sus contenidos escapan al entendimiento de un profano en estos asuntos, también lo es que el autor consigue hacer comprensible su fondo argumental merced a una sutil sencillez en las explicaciones, reto difícil para cualquiera que no hubiese hecho del don pedagógico uno de sus mayores logros,  habida cuenta de la enfermedad invalidante que padecía.     

Siguiendo a Kip S. Thorne en la Introducción del libro, podemos dividir las diez preguntas que Hawking nos plantea en dos grupos. En seis la repuesta está basada en puro racionamiento científico, y por lo tanto, naturalmente son cuestionables, como no podría ser de otra manera: ¿Hay un Dios? ¿Cómo empezó todo? ¿Podemos predecir el futuro? ¿Qué hay dentro de los agujeros negros? ¿Es posible viajar en el tiempo? ¿Cómo damos forma al futuro? Las otras cuatro sus respuestas son más subjetivas pero igualmente sugerentes, porque también son fruto de una infinita capacidad de intuición, de una imaginación que no tiene miedo a enfrentarse a ninguna verdad aceptada: ¿Sobreviviremos en la Tierra? ¿Hay más vida inteligente en el universo? ¿Deberíamos colonizar el espacio? ¿Seremos sobrepasados por la inteligencia artificial? 

En Breves respuestas Stephen Hawking nos invita por ejemplo a imaginar el Big Bang como origen del universo y del tiempo; de la mano de su admirado Albert Einstein, las ondas gravitatorias como deformación oscilatoria del espacio-tiempo; los agujeros negros como resultado del colapso gravitatorio de una estrella; o a acercarnos al sistema Alfa Centauri, donde un exoplaneta llamado Próxima b podría tener seres vivos “felizmente ignorantes del ascenso de Donald Trump”, porque además lo hace con un proverbial sentido del humor.  

Tenga por seguro quien se asome a este libro que al finalizar le asaltarán más preguntas que respuestas, por contradictorio que parezca, y que pasado algún tiempo quizás quiera volver a él en una nueva lectura, pero es que de eso precisamente es de lo que se trata, lo que Hawking pretendió al escribirlo y lo que como seres racionales nos corresponde. Curiosidad, imaginación, estudio, inspiración,… ese es el camino que nos propone y en el que nadie deberíamos temer adentrarnos. 

No encuentro mejor forma de acabar este comentario que con una cita del propio autor. Son tantas las que me invitan a ello que se me hace difícil elegir. Lo haré en una de sus últimas frases, quizás una de las últimas que pensó antes que en un día “gris lúgubre” de la primavera de éste año sus cenizas descansasen definitivamente en la abadía de Westminster entre los restos de Isaac Newton y Charles Darwin: “Así que recordemos mirar a las estrellas y no a los pies. Intentemos dar sentido a lo que vemos y preguntémonos qué es lo que hace que el universo exista. Seamos curiosos. Y por difícil que la vida pueda parecer, siempre hay algo que podemos hacer y conseguir. Importa que no nos rindamos. Demos rienda suelta a nuestra imaginación. Demos forma al futuro”.

jueves, 1 de noviembre de 2018

La velada en Benicarlo, de Manuel Azaña

Si buscásemos un personaje que de forma más mimética encarnase el sentimiento y la trayectoria de la II República Española, posiblemente lo encontraríamos en Manuel Azaña; nadie mejor que él personifica, a nuestro modo de ver, las virtudes y los defectos de un régimen tan singular como aquel, implantado, recordémoslo, sin un referéndum que lo sustentase pero tampoco con una revolución que lo impusiese, sino a través de una proclamación pacífica ampliamente asumida, de manera fulgurante, tras unas elecciones municipales, las del 12 de abril de 1931, en las que a excepción de las grandes ciudades, resultaron vencedores los partidos monárquicos. Una serie de circunstancias que no podemos dejar de considerar en buena parte aleatorias, entre las que destaca el amplio sentimiento antidictatorial contra el primoriverismo que arrastraría a Alfonso XIII, o la propia abulia de los sectores monárquicos, propiciaron la llegada del nuevo sistema, tan lleno de ilusiones como falto de auténticos demócratas que lo sustentasen, como por desgracia no tardaría en evidenciarse. Pues bien, entre esos demócratas, con apellido de liberal de izquierdas, estaba Manual Azaña, ascendido a la categoría de mito con la misma rapidez en que cayó al ostracismo más absoluto al final del periodo, sin ningún poder de influencia real durante los años de la Guerra Civil pese a su condición de Presidente de la República.

Azaña, un intelectual comprometido con la política, había comenzado su carrera en el Partido Reformista del que desertó al republicanismo en 1923, por una firme oposición a la dictadura del Primo de Rivera. Liberal jacobino, firme defensor de la fuerza del Estado como mecanismo de cambio social, de él dirá Santos Juliá, el último y quizás mejor de sus biógrafos, que disponía de la “agudeza para discernir los problemas centrales de una época sin perder de vista la complejidad de su entramado”, algo que sin embargo no evitaría los errores en su gestión política, fundamentalmente, como señala Stanley G. Payne, al “afirmar que el constitucionalismo republicano debía interpretarse no como unas reglas fijas con resultados inciertos, sino como una serie de normas partidistas que garantizaran los resultados de antemano”, lo que se demuestra por ejemplo en sus intentos de convencer a Alcalá-Zamora para que no se aceptasen los resultados las elecciones de noviembre de 1933 en que resultaron ganadoras las derechas. Una visión radical sobre el funcionamiento de la República que llevará al político antifascista italiano Aldo Garasci a afirmar que “Azaña llevó a su obra de reforma política el ímpetu y la intransigencia de un moralista republicano”. En esta misma línea Josep Pla escribe en una crónica parlamentaria aparecida en La Veu de Catalunya el 14 de enero de 1933, que Azaña encarna, más “que cualquier otro político, el sentido totalitario de la revolución republicana triunfante”, un sentido totalitario que según Pla lo mitifica como personaje político ante amplios sectores sociales en los primeros años de la Republica, a caballo del sentimiento antimilitarista y anticlerical, pero que le hará descuidar en su gestión de gobierno el problema del orden público, auténtico talón de Aquiles de la época, arrastrado además por los sectores más revolucionarios de las izquierdas, para quienes la República nunca será un fin en si mismo sino un instrumento para la revolución, entendida por cada cual de distinta manera.

Abatido y con una autoridad menguante a partir del triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, querrá incluso abandonar sus responsabilidades tras los sucesos del 22 de agosto de 1936 en la cárcel Modelo madrileña, cuando asistió impotente y dolorido incluso al asesinato de Melquiades Álvarez, su antiguo jefe en el Partido Reformista. Tras duros enfrentamientos con Negrin, vivirá la guerra apartado de los centros de decisión.   

Pero como queremos hacer ver, la importancia política e intelectual de Manuel Azaña fue siempre fundamental, importancia    que lleva incluso a Hugh Thomas a acabar su esplendida obra La Guerra Civil Española (1976) citándole, y lo hace de manera pedagógica, evocando lo que a su entender debería ser el futuro de la nación tras la muerte de Franco: “un día llegará la libertad –dice Thomas-, y cuando llegue, por fin los españoles harán caso de Azaña que, con todo su egocentrismo, su sectarismo y su pesimismo, llegó, pasando de la desesperación, a la magnanimidad, y la sabiduría que no había alcanzado cuando detentaba el poder, y que, en plena guerra civil, terminó un discurso diciendo: ”Es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón”. Se refiere Thomas al último de sus discursos de guerra, pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona, el 18 de julio de 1938 ante Negrin, Martínez Barrios y Companys.  

Sirva la introducción como intento de contextualizar La velada en Benicarló, escrita en 1937 en una Barcelona sacudida además de por la guerra general, por la mantenida entre comunistas y anarquistas en los trágicos sucesos de mayo de ese año, días en los que su propia vida llegó a correr peligro. Enfrentado a la realidad de los acontecimientos, la guerra será para Azaña un hecho desgarrador, un drama especialmente doloroso al observarlo tanto desde sus principios intelectuales como desde su indeleble posición patriótica. Siempre apelará a lograr la paz mediante el acuerdo entre las partes como única alternativa a un final del que se sabe derrotado, pero no ya intuyendo la derrota de una de esas partes, sino de la totalidad de España. La velada es así, el mejor testamento político de su autor; como él mismo dice “No es el fruto de un arrebato fatídico. No era un vaticinio. Es una demostración”, una especie de justificación ante la historia, no forzada, entendemos, por un falso ánimo de quedar bien ante las futuras generaciones, sino de auténtica sinceridad personal, como una confesión del que se sabe pronto a abandonar las tierras que tanto amó.

La obra se desarrolla en un albergue de Benicarló donde diez hombres y una mujer descansan de su viaje. Cada uno de esos personajes representa una “corriente de opinión” de las existentes en el bando republicano respecto al conflicto, con la particularidad de que solo están presentes, como señala Manuel Aragón en su Estudio preliminar, aquellos que según el autor tienen una visión “racionalista” de los hechos, lo que excluye a “los anarquistas, por su negación del Estado en sí (objetivación de la razón política, para Azaña), y los nacionalistas (catalanes o vascos), por su ataque al Estado español en particular, no son capaces de mantener un diálogo sereno, piensa Azaña”.     

Aunque en sus palabras preliminares el propio Azaña insiste en que no deben buscarse caras conocidas tras los distintos personajes, no es difícil entender en ellos las posiciones que representaron por ejemplo Negrín, Osorio y Gallardo, Indalecio Prieto, Julián Besteiro o Largo Caballero, además naturalmente de las del autor, en este caso tras las voces del abogado Claudio Marón y del escritor Elíseo Morales. 

Si a grandes rasgos intentásemos dividir la trama argumental de la obra, y esto con extrema prudencia, encontraríamos al menos dos bloques. Por una parte la queja constante sobre como el bando republicano estaba conduciendo la guerra, con falta de mandos profesionales y exceso de políticos mediocres (comisarios políticos) que finalmente mandaban más que aquellos; el falso razonamiento usado para la implantación de la revolución al tiempo que se peleaba; la condena de la indisciplina, la anarquía y el desorden dentro del Frente Popular; la inacción del gobierno nacionalista de  Catalunya, al que no duda en calificar como la “más poderosa rémora de nuestra acción militar”; o la falta de un sistema de convenciones entre los distintos sectores sociales capaces de consolidar una República exenta de extremismos.

Pero junto a éstas, las tesis de La velada en Benicarló trascienden el momento concreto en que son escritas, brindándonos impagables reflexiones sobre el papel de la guerra civil como trágico apéndice del siglo XIX español; la temporalidad del poder limitada a la medida del hombre; la importancia de la moderación y la cordura en el ejercicio político, junto con la inocuidad de la violencia para imponer cambios sociales perdurables; o la necesidad de un interés nacional permanente, más allá del momento temporal en que cada uno habite la nación. La falta en fin, de un auténtico patriotismo integrador. 

Tras su lectura, uno no puede sino sentirse impresionado por la templanza con la que está escrita, habida cuenta de los momentos que el propio autor estaba viviendo. Sin duda La velada en Benicarló no solamente es un excelente testimonio de una de las épocas más importantes de nuestra historia reciente, escrita por quien destaca entre sus principales protagonistas, es además una auténtica joya literaria digna de los mejores elogios.

domingo, 14 de octubre de 2018

On vas Catalunya?

Va ser León Trotski a la seua obra Historia de la revolució russa qui proposava canviar la tàctica per a la implantació de la revolució: no calia seguir una acció subversiva frontal, sinó actuar a la defensiva, de manera que aquesta s'iniciara baix la disfressa de respondre a una agressió contrarevolucionaria. L'estratègia es completava amb el domini previ de tots els resorts possibles del poder: mitjos de comunicació, sector educatiu, organitzacions socials, etc., amb els que s'esperava assegurar un fort recolzament social, donada la cohesió que atorga l'anar a la contra, davant d'un enemic que ataca. Abans d'aquest nou mètode l'experiencia revolucionaria havia segut descoratjadora, fins 1935 l'Internacional Comunista havia perdut totes les disputes, excepció feta del cas de Rússia.  

Resulta interessant comprovar com a hores d'ara, després encara de la desastrosa experiencia dels règims marxistes, continuen vigents els plantejaments de Trotski, i vore a més com han mutat des del que abans era la implantació d'una revolució d'extrema esquerra a una altre tipus de revolta, la protagonitzada per un moviment tan conservador com ha segut tradicionalment considerat el nacionalisme. Al respecte cal recordar les paraules de Lenin: “¡Cap privilegi per a ninguna nació, cap privilegi per a cap idioma! ¡Cap opressió, cap injusticia contra la minoria nacional!”; o de Marx quan deia que “la victòria del proletariat sobre la burgesia es al mateix temps la victòria sobre les rivalitats nacionals que actualment oposen a uns pobles contra altres”; per a l'autor d'El Capital, el nacionalisme era en qualsevol cas un mig per alcançar la revolució, i mai un fi en si mateix

L'exemple d'aquesta transmutació a Espanya es palpable al cas de Catalunya. L'independentisme català es reforça una vegada i altra amb un victimisme del que fa bandera fins convertir-se en autèntica senya d'identitat. Sempre, al seu parer, les altres regions d'Espanya han abusat de Catalunya, els han espletat, han intentat acabar amb la seua cultura, amb la seua puresa democràtica, les han espoliat,… “Espanya ens roba” ha segut probablement la consigna més exitosa d'eixe victimisme, una consigna que no és més que un clam dels rics queixant-se de que els pobres els han robat, el que deuria fer pensar de la contradicció als partits autodenominats d'esquerres.  

Espanya figura entre els països amb els millor estandards democràtics del món; La revista anglesa The Economistens situava en el lloc dinou referit a l'any 2017, per cert, per davant de Bèlgica. Per la seua part, l´Institut d'Estudis Freedom House ens dona 94 punts sobre 100, per damunt d'altres democràcies com la francesa (90 punts), la italiana (89 punts) o la d'Estats Units (86 punts), però pese a l'evidència vegem com el victimisme es manté amb acusacions tan repetides com que Espanya es un estat totalitari, feixista inclús, on no es respecten els drets socials i on no existix la independència judicial, amb el convenciment que  finalment una mentira repetida siga entesa per la major quantitat de gent possible com a veritat.

Aquesta defensa troskistafront a la contrarevolució es completa amb un altre paradigma: la part contraria, en aquest cas el govern espanyol no vol parlar, mai hi ha volgut asseure a dialogar. Quan un mira amb perspectiva el que ha passat a la nostra democràcia recent, des del mateix moment en que s'aprovà la pròpia Constitució, no pot sinó adonar-se que cada vegada que el govern central, recordem que democràticament elegit, no ha tingut majoria absoluta (el que ha segut el més freqüent), sempre ha negociat amb els nacionalistes catalans, i sempre ha cedit, no sols abundants partides pressupostàries que suposaven la disminució dels inversions en altres regions d'Espanya menys fortes políticament, sinó també l'entrega de competències que creaven greuges comparatius amb els nascuts a altres llocs, competències que eren a més concessions permanents, a canvi d´un vot temporal. Però res importa, la consigna es la falta de diàleg del govern central, el victimisme per damunt de tot. 

Però la conseqüència de tant victimisme és que una gran part dels catalans s'han convençut de prompte que patixen una discriminació injusta que sols es pot corregir amb la independència, una espècie d'arcadia feliç on cap problema deixa de tindre una ràpida solució, i a partir d'ahí, els polítics que abans dirigien l'estratègia, a hores d'ara comencen a comprovar com el moviment se´ls va de les mans i, lamentablement, la violència fruit de la frustració comença a aparéixer. Ja no s'espera a respondre a una agressió prèvia, la impaciència despertada vol passar al següent estadi, el dels crits de “les carrers son nostres”, “assaltem el Parlament”, “s'han acabat els somriures”. Potser aquest és l'últim tram del trajecte: Trotski ha deixat de ser el model, i molta gent s'està adonant que allò del seny se´ls ha caigut pel camí.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Apunte sobre la leyenda que no cesa


              "En el siglo XXI, la leyenda negra de España, en Europa y América, se reduce a algunos tópicos que carecen de fuerza e importancia. En cambio, sigue muy viva entre las izquierdas españolas. Podríamos decir que “no hay nada nuevo bajo el sol”, sino variaciones y versiones nuevas de mitos y leyendas viejos”. 

En defensa de España. Stanley G. Payne



domingo, 2 de septiembre de 2018

Entre el yo y el nosotros. Divagaciones y una conclusión (final)

Hablábamos hace unos días del dilema que se plantea entre el yo y el grupo, o lo que es lo mismo, entre el individuo celoso de su propia privacidad y la sociedad en la que forzosamente desarrolla su peripecia humana, y reconocíamos la victoria sin paliativos del grupo/masa sobre ese yo particular, con la amenaza además de que a éste se le impusiesen unas ideas no solamente ajenas, sino maliciosas, con el ánimo de perturbarlo en su libre albedrío. Acabábamos con unas preguntas sobre la educación, conscientes de que esa era la piedra angular en la construcción social y por tanto en las relaciones entre individuo y sociedad. 

A nadie se le escapa este papel decisivo de la educación e infinidad de citas, innecesarias por abrumadoras, lo confirmarían de quererlo. No nos costará aceptar además que una educación desentendida del proyecto social en el que se lleva a cabo, de sus principios y sus valores, contribuiría a la fractura de ese proyecto común, pero a partir de ahí y de forma inmediata surge el enfrentamiento, la colisión entre la formación de la propia personalidad entendida a la manera humanista de desarrollo íntimo del yo particular, con la necesidad de formarnos para la convivencia, para la formación de ciudadanos sociales capaces de construir un mundo homogéneo dotado de normas de común aceptación. Personalidad y sociedad se ven pues compelidos a andar juntos, a la vez que obligados también a convivir con las fricciones y a resolverlas de la mejor manera posible, unidos como están en un proceso de creación histórica imparable. 

A este respecto interesan las propuestas que hace Javier Gomá en su citado Aquiles en el gineceo, respecto de Rousseau y Goethe, los dos grandes educadores de Europa. Lo hace además de manera crítica a partir de la propia experiencia vital de ambos, entendiendo que “La relación en la vida de estos dos grandes con las instituciones de la eticidad muestra que su potente subjetividad nunca llegó a penetrar en el reino finito de la polis. Un yo demasiado rico y lleno se negaba a aceptar la alienación inevitable, radicalizada hasta la anulación del yo en el colectivismo de las grandes urbes”. Si por resumir atendemos solo al ejemplo de Rousseau en su Emilio, y dando un paso más desde el yo/grupo a la educación privada/pública, opina el ginebrino que la educación privada hace hombres autosuficientes que viven la vida en toda su intensidad, en tanto que la educación pública forma ciudadanos dispuestos a ejercer un oficio, un hombre civil que no sea más que “una unidad fraccionaria que depende del denominador, y cuyo valor está relacionado con el entero, que es el cuerpo social”. En línea con el pensamiento naturalista, su gran consejo al alumno será: “Aprende a volverte tu propio dueño; manda en tu corazón, ¡oh, Emilio!, y serás virtuoso”. 
   
Sin embargo esta no parece la opinión definitiva de Rousseau al respecto. Poco tiempo después de la publicación del Emilio aparece su Contrato social, donde propone como la máxima aspiración que le queda al yo, el “estar preparado para anularse sin esperar nada a cambio” en palabras de Gomá, pasando de la “entronización metódica del yo solitario” a la “drástica abstracción del yo en el nuevo totalitarismo social”. Una aparente contradicción a favor del grupo que Rousseau apuntala con que “Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y nosotros recibimos corporativamente a cada miembro como parte indivisible del todo”; “Cada ciudadano no es nada ni puede nada sino gracias a los demás”. A partir de estas aseveraciones, el propósito fundamental de la educación pública debería ser la anulación nihilista de personalidad de cada cual, de su subjetividad, a favor de la “objetividad del bien común”. 

Una pregunta resulta pertinente en este momento, ¿los parámetros sociales de la época de Rousseau sin los mismos a los nuestros?, ¿valen sus afirmaciones de entonces o merecen una reconsideración que las actualice?, es el propio Gomá quien nos responde con un argumento en nuestra opinión convincente: “El suave nihilismo que da el tono a la época actual ha permitido que tanto el yo como la polis hayan dimitido de sus pretensiones totalizadoras incompatibles entre sí”. La conllevanza entre el yo y el grupo, y por extensión entre la educación privada con la pública, por mucho que el peso de lo segundo sea mayor que lo primero en aras de una polis que a todos integre, debe permitir a los dos su existencia porque de lo contrario, si lo público anulase lo privado, si el grupo/masa del que hablábamos al principio hiciese imposible en su objetividad el desarrollo del yo individuo en su subjetividad, lo que estaría en cuestión es el propio concepto de libertad, y a partir de ahí el problema estará en el lugar en que situamos el fiel de la balanza.  

Bajemos para acabar a la palpable realidad para tratar de responder, siquiera sea sucinta y parcialmente, a una pregunta básica: ¿es pues pertinente la existencia de una educación privada en nuestro tiempo?, en nuestra opinión no solamente es pertinente sino necesaria, y como ya adelantamos, la cuestión estará en el grado que deba tener una y otra. Decimos que es necesario porque la educación privada, en correcta unión con la educación publica, garantiza la libertad del individuo, la formación de diferentes corrientes de pensamiento que contribuyan a la diversificación de la sociedad. La democracia precisa de la diversidad, porque de lo contrario lo propio sería un sistema totalitario. No hay democracia sin diversidad, y esta a su vez es hija de la educación de los individuos. Ahora bien, para contribuir a ese común proyecto social al que antes nos referíamos, los principios que los inspiran, aquellos valores en los que basamos nuestro sistema organizativo, deben estar presente en cualquiera de los dos tipos de educación. Recelemos pues de quien desee solo un sistema privado de educación autónomo de lo público, porque quizás no esté hablando más que de privilegios, pero hagámoslo también de quien solo proponga un sistema público, porque en este caso quizás lo que tengamos delante no sea más que el propósito de adoctrinamiento a favor de causas espurias y al final privadas a favor de una sola parte del todo.  

viernes, 24 de agosto de 2018

Entre el yo y el nosotros. Una duda sobre la educación (1ª parte)

Por el hecho de vivir sabemos de la “experiencia de ser único”: cada cual tiene sus gustos, sus creencias, sus afinidades y sus repulsiones. Pero esa misma experiencia también nos muestra el enfrentamiento de nuestra unicidad con el irremediable hecho de pertenecer a un común, a un colectivo que siendo formado por todos ya no es la simple adición de cada uno de sus componentes al fin diluidos. Una colectivo además al que por una parte pretendemos influir, pero que sin duda nos influye hasta convertirnos como poco en el “yo circunstanciado” que diría Ortega. 

El dilema que esta dualidad provoca nos acompañará trágicamente hasta el fin de nuestros días, porque por más que queramos nadie estará nunca a salvo de esa interrelación con el grupo y de la influencia que proyectará sobre nosotros. Desde que nacemos alguien nos guiará, alguien nos educará, nos marcará las pautas de nuestra conducta, nos premiará cuando cumplamos con las coordenadas trazadas y nos sancionará cuando nos las saltemos, nos iremos pues convirtiendo en masa, hasta que seamos nosotros mismos los que, llegado el momento, contribuyamos a construir, a concordar, a educar y a castigar a los que detrás vengan. 

Será la polis, por usar el término clásico, quien al final establezca sus normas, unas, en el mejor de los casos, fruto de la voluntas democrática del grupo, que se plasmarán en leyes y códigos de obligado cumplimiento, pero otras también en opiniones generalmente aceptadas, consensos sociales no escritos convertidos en auténticos caminos para las conciencias, en verdades de “obligado” cumplimiento a las que desde hace años hemos otorgado el nombre de políticamente correctas, en un uso tan contemporáneo como cargado de simplista superficialidad. 

Construido el edificio de esas creencias y aceptado el encuadramiento, convendremos en aceptar que el colectivismo ha ganado al yo contemporáneo, al que solo le queda tomar conciencia de su infinita insignificancia, sensación que se afianzará conforme nos acercamos a la hora de nuestra muerte física, la espiritual quizás se haya producido bastante antes. Mientras tanto, tributo obligados a las comunidades modernas, habremos consentido el encuadramiento en forma de guarismo en la línea apuntada por Javier Gomá en su Aquiles en el gineceo, para el que, “las actuales sociedades complejas necesitan convertir al individuo en res externasusceptible de cuantificación”, tanto que hasta el número del documento de identidad será como uno más de la familia. 

Pero este enfrentamiento dualista, ¿es bueno o es malo?, pues de todo un poco, como será fácilmente deducible por cualquiera de nosotros, pero lo que es seguro es que es inevitable. El siempre atinado Laín Entralgo, preguntándose por la posibilidad de que el hombre, al desasirse de la realidad presente y de la Historia quedase solo, asevera con rotundidad, “Esto es imposible, y con imposibilidad metafísica, porque la realidad del hombre… se halla constitutivamente abierta hacia “lo otro”. Entendemos a ese “otro” como la colectividad en la que vivimos. 

Existiendo pues la dualidad, dándose la trágica relación entre los dos estados, y aceptada por irremediable la sumisión del individuo al colectivo, ¿cómo hacer más llevadera la batalla?, ¿cómo salvar mínimamente la libertad individual en un proceso que resultará al fin tan heroico como fracasado? No encontramos mejor camino que afianzando la autocrítica, el descreimiento razonado a lo que se nos propone, imponiendo el yo razonado al yo confiado, haciendo en cualquier caso del pensamiento ajeno un punto de partida en tránsito reflexivo, más que uno de llegada fácil y cómodo, pero ajeno a nuestro spiritus

Partamos finalmente de otra opinión de Gomá para acabar en una conclusión abierta que no dudamos en calificar de incompleta. “El enemigo de la sinceridad es la sociedad que falsea y pervierte el ser auténtico del yo y lo esclaviza a las apariencias y las opiniones”. Añadamos así otro componente a la reflexión, el grupo/masa del que todos formamos parte hasta ser individualmente responsables de sus actos, “falsea y pervierte”, engaña, en ocasiones miente, impone opiniones interesadas al todo en beneficio de la parte. Si esto es así, al enfrentamiento aludido entre el yo individual y el nosotros grupo se añade ahora la cautela a no ser engañados, a que nos se nos conduzca por caminos ajenos a nuestros principios, a nuestras legítimas creencias, hasta hacer del yo reflexivo un esclavo de las apariencias y las opiniones que le son ajenas.     

El instrumento para hacer frente a ese engaño no es otro que la educación, como ya se habrá intuido, pero entendiendo ésta no como un cúmulo de conocimientos que deben de adquirirse para “manejarse” adecuadamente en la sociedad en que vivimos, sino como una inmersión en los valores que en algún momento nos otorgarán la condición de ciudadanos libre pensantes, críticos y constructivos en la consecución de un fin heroico logrado con esfuerzo, ese fin al que Eugenio D’Ors entrañablemente llamará “tu obra bien hecha”. 

Si aceptamos lo anterior, el final no pueden ser más que múltiples preguntas de las que escogemos solamente dos: ¿es lícito que en una sociedad moderna alguien tenga el monopolio de la educación?, ¿debe el Estado, como representante operativo máximo del grupo/masa, ser el único competente en la formación del los individuos? 

miércoles, 15 de agosto de 2018

Un secreto, ¿inquietante?

           "Cada hombre encierra en su interior un secreto insondable, que lo convierte en misterio incluso para si mismo. Este secreto consiste en la fórmula única con que cada cual conjuga la esperanza de ser único y la experiencia más fuerte y repetida de ser sustituible"

Aquiles en el gineceo. Javier Gomá Lanzón 


      Somos únicos en nuestra individualidad mientras vivimos, el mundo gira sobre nosotros fundamentalmente en la juventud, hasta que la modestia o el abatimiento se abre paso ante la infinitud de nuestro yo, que se derrite como un azucarillo cuando llega el momento de la muerte física. ¿Como conjugamos esa dicotomía?, ¿descubrimos nosotros la fórmula para la coexistencia o más bien es la pura realidad quien nos sirve la respuesta?

domingo, 29 de julio de 2018

Entre el relato y la verdad

Quien lea con cierto detenimiento la prensa más allá de los titulares de las primeras páginas, sabrá que una de las cuestiones candentes que en la actualidad se debate en el País Vasco es la del relato post ETA, el cómo va sedimentándose en la memoria ciudadana la dura experiencia provocada por la época en que los terroristas sembraron de dolor y muerte todo el territorio de España, pero de manera muy especial las tierras vascas objeto de su particular política de “liberación”, y de como finalmente el Estado, y la perseverancia de una de sociedad que se siente libre, fueron ganando terreno de manera trabajosa, hasta acabar con tanto sufrimiento. ETA fue finalmente derrotada es cierto, pagándose para ello un alto precio de dolor y muerte, de sangre inocente derramada y desgarros personales y sociales que tardarán mucho tiempo en cicatrizar, pero esa victoria no será completa, tanto sufrimiento no será fructífero en la consolidación de una sociedad más democrática, si lo que queda al final es un relato distorsionado que no solamente no ponga en valor el triunfo de la paz y la libertad de los “hombres buenos”, sino que deje en el cuerpo social un virus que con el tiempo germine en un nuevo brote de trágico fanatismo. 

Bien está que en este proceso de esclarecimiento, de poner negro sobre blanco la verdad sobre lo que ocurrió, aparezcan ensayos históricos o sociológicos  que lo desgranen, y que los partidos políticos y el resto de organizaciones asuman sin complejos en sus discursos quienes fueron los héroes y los villanos, pero sin duda la literatura de narración, las novelas, los cuentos, tienen mucho que decir al respecto. Entre los mejores autores de estos textos está sin duda Fernando Aramburu.

En 2016 apareció la que a buen seguro es hasta el momento la gran novela de los años más negros de nuestra época contemporánea; Patria fue un fenómeno editorial que contribuyó de manera sutil pero a la vez contundente, a relatar la trágica tristeza de unas décadas llenas de miedo, de odio, y no con protagonistas conocidos cuyos nombres aparecen con frecuencia en los telediarios, sino en la gente normal, gente como cualquiera de nosotros, que por vicisitudes de lo cotidiano pasan de la convivencia al desprecio, de la amistad al encono, víctimas de la enfermedad de lo irracional.  

Anteriores a Patria, Aramburu escribió Los peces de la amargura (2006) y Años lentos (2012), que a vista de éste lector son como relatos preparatorios del definitivo. Se trata de una colección de escenas cotidianas, que con la sencillez de los habitual dicen más que sesudas páginas llenas de reflexión, y precisamente porque a través de la historia del niño que ve como asesinan a su padre cuando los dos van al cine, o de la bomba que siega las esperanzas de la chica que casualmente pasaba por allí, por poner solo dos ejemplos, dejan en nosotros la tarea de la reflexión, para que ésta sea intima, personal, más profunda y fructífera. 

Que bien haríamos en propiciar en colegios la lectura comentada de estos textos; cuanto contribuiríamos con ello a derrotar definitivamente al más fanático de los nacionalismos en la conciencia de las nuevas generaciones, y todo ello mientras disfrutamos de la mejor literatura. 

sábado, 7 de julio de 2018

El "problema" de España XVII

Faltaba algo más de medio siglo cuando murió Rodrigo Caro, para que los cimientos de la Casa de Austria en España se derrumbasen definitivamente; pero el ambiente de pesimismo con que se percibía la situación del Reino era más que palpable. En su “A las ruinas de Itálica”,soneto que durante mucho tiempo fue atribuido a Francisco de Rioja, refleja la situación.

“Estas ya de la edad canas ruinas,
que aparecen en puntas desiguales,  
fueron anfiteatro y son señales
apenas de sus fábricas divinas.

¡Oh, a cuán mísero fin, tiempo, destinas
obras que nos parecen inmortales!
Y ¿temo?, y ¿no presumo que mis males
así a igual fenecer los encaminas?

A este barro, que llama endureciera
y blanco polvo humedecido atara,
¡cuánto admiró y pisó número humano!

Y ya el fasto y la pompa lisonjera
de pesadumbre tan ilustre y rara
cubre hierba y silencio y horror vano.”

sábado, 30 de junio de 2018

Desencanto

Si no recuerdo mal, fue Ortega quien propuso una teoría de las generaciones cuya principal conclusión era que se entendían mejor abuelos y nietos que padres e hijos, porque entre estos últimos se activaba una especie de fuerza acción-reacción que a la postre venía a incrementar las afinidades entre generaciones alternas y las disminuía en las continuas, condenadas a enfrentarse y distinguirse una de otra. De un padre liberal, por ejemplo, saldría un hijo conservador, para volver de nuevo al nieto liberal, en una cadena que con las debidas adaptaciones circunstanciales llegaría al fin de los tiempos.

De esa manera, las características esenciales de una generación se repetirían en las números pares por un lado y en las impares por el otro, formando dos grandes grupos que compartirían, de manera separada, un mínimo común en la forma de ver y de entender la vida. La conjetura me parecía perfecta, y con ella he defendido variados argumentos en amables discusiones de amigos cuando nos poníamos manos a la obra, a la dura tarea de arreglar el mundo. Y siempre resultó ser un argumento convincente.

Pero algo falla, inquieto caigo en la cuenta de que quizás sí, algo pueda haber que vincule a todas las generaciones que en la historia han sido, pares e impares, diestras o siniestras, pacíficas o guerreras,…y que por lo tanto las hace menos diferentes: se trata del desencanto.     

¿Qué generación no está desencantada consigo misma cuando ha pasado suficiente tiempo como para volver la vista atrás?, ¿hay alguna a la que no se le hiele la sangre cuando llegado el momento de ese giro de cabeza no se ahoga con un sentimiento de frustración?, ¿a alguien se le ocurre alguna? Quienes vivieron la revolución del 68 renegaron de ella pasados escasos diez años; quienes colmados de idealismo ganaron la guerra, se decepcionaron porque con el tiempo comprobaron la temporalidad de sus verdades eternas; muchos de los que pergeñaron la Transición, se lamentan ahora de una democracia que les parece imperfecta, raquítica ante la grandeza de sus ilusiones. Hasta los protagonistas de La buena vida de David Trueba sienten esa misma sensación cuando dos décadas después se encuentran en Casi 40, ¿alguien ha visto alguna vez una película con este argumento en la que ocurra lo contrario? 

¿Qué falla de manera tan reiterada?, pues no se, quizás en el momento vigorosamente juvenil de la vida en el que todo proyecto parece estar al alcance de las manos, nos hemos creído más fuertes que nuestros antepasados, quizás creíamos que nuestro compromiso con las grandes tareas era superior al mantenido por nuestros abuelos, en una suerte de adanismo congratulador que solo acaba cuando invariablemente nos hacemos lo suficientemente mayores como para tener que soportar de nuestros hijos la misma matraca con que nosotros abrumábamos a nuestros padres. De ser así la decepción no sería más que el estado avanzado de maduración de una fruta llamada utopía.   

jueves, 28 de junio de 2018

El legado del escritor

"Acaso sin saberlo o sin proponérselo, todo escritor deja dos obras. Una, la suma de sus textos escritos; otra, la imagen que del hombre se forman los demás, resumida, con no escasa frecuencia, en un símbolo que se apodera de la imaginación de la gente."

Fernando García de Cortázar refiriéndose a Virgilio, en "Leer España"

domingo, 17 de junio de 2018

El "problema" de España XVI

Volvemos a Larra, aquel al que García de Cortázar define como “irónico y trágico, ilusionado y desencantado”, y que en sus artículos “describe con precisión y maestría las costumbres que quiere desintegrar, y nos deja el cuadro más plástico de la España de los últimos años de Fernando VII y de la Regencia e María Cristina”.

De uno de esos artículos tomamos la cita en que tan agudamente enuncia su estrategia de perfeccionamiento:

“Somos satíricos porque queremos criticar abusos, porque quisiéramos contribuir con nuestras débiles fuerzas a la perfección posible de la sociedad a que tenemos la honra de pertenecer” 

domingo, 20 de mayo de 2018

Sobre claves de la historia

¿Tenemos en la actualidad las mejores herramientas para descifrar las claves de la historia?
Margaret Atwood acaba su excelente El cuento de la criada con una frase inteligente y quizás también, llena de ironía:

"Como todos los historiadores sabemos, el pasado es una gran tiniebla llena de resonancias. Desde ella nos llegan algunas voces; pero lo que nos dicen está imbuido de la oscuridad de la matriz de la cual salen. Y, por mucho que lo intentemos, no siempre logramos descifrarlas e iluminarlas con la luz, más clara, de nuestro propio tiempo"

Es decir, ¿"nuestro propio tiempo" nos ofrece una luz más clara?